Resumen de Don Quijote: primera parte, capítulo 22

Capítulo 22:

"De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que, mal de su grado, los llevaban donde no quisieran ir"

Al comienzo del capítulo, Cervantes atribuye la autoría de nuevo al cronista ficticio: "Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia, que [...]". La historia que sigue comienza cuando don Quijote ve que por el camino vienen 12 hombres esposados y encadenados, dos hombres a caballo con escopetas y dos a pie con dardos y espadas. Sancho le explica a don Quijote que son galeotes, hombres que por sus delitos han sido condenados a servir al rey en las galeras.

Don Quijote cree que es su deber ayudarlos y le pregunta a uno de los guardas qué delitos han cometido para merecer semejante castigo. El guarda le sugiere que dirija su pregunta a los mismos galeotes. Don Quijote comienza a hacerles esta pregunta a los galeotes y se entera de que muchos habían sido torturados antes de confesar sus crímenes y que otros habían sido detenidos por delitos menores. Uno ha sido acusado de ser alcahuete, y sobre este tema don Quijote dice: "Aunque bien sé que no hay hechizos en el mundo que puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples piensan; que es libre nuestro albedrío, y no hay yerba ni encanto que le fuerce".

Uno de los galeotes está más encadenado que los demás con una cadena al pie y dos argollas al cuello asidas a cadenas. El guarda le explica a don Qujiote que ha cometido más delitos y que es más atrevido que los demás. Es el famoso Ginés de Pasamonte, al que también se le conoce como Ginesillo de Parapilla. Le dice a don Quijote que ha escrito su historia en un libro que se llama La vida de Ginés de Pasamonte: "Es tan bueno--respondió Ginés--, que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieren".

En esto, el comisario alza la vara para golpear a Ginés, pero don Quijote lo defiende y dice que es castigo suficiente estar encadenado así, y luego les pide a los señores guardianes y al comisario que dejen libres a estos hombres: "[...] porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas --añadió don Quijote--, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo, ni de premiar al bueno [...]".

Asombrado, el comisario le dice que de ninguna manera puede dejarlos libres y agrega: "Váyase vuestra merced, señor, norabuena su camino adelante, y enderécese ese bacín que trae en la cabeza, y no ande buscando tres pies al gato". En respuesta, don Quijote arremete contra él y el comisario no tiene tiempo de defenderse por lo que cae al suelo herido por la lanza. Los otros guardas arremeten contra don Quijote, pero mientras tanto los galeotes logran desencadenarse. Ginés le quita la espada y la escopeta al comisario y los guardas huyen.

Luego, don Quijote les pide a los galeotes que, como signo de gratitud, vayan a la ciudad del Toboso para presentarse ante Dulcinea de parte de su caballero y que le cuenten cada detalle de lo sucedido. Ginés le responde que no pueden porque tienen que dividirse para no ser encontrados por la Santa Hermandad. Don Quijote se enfada y los galeotes comienzan a tirarles piedras a él y a Sancho. Don Quijote se cae de Rocinante, y uno de los galeotes le quita la bacía de la cabeza y la usa para golpearlo hasta que ésta se rompe. Los galeotes le quitan además varios artículos de ropa, dejando a Sancho casi desnudo y se escapan con los despojos de la batalla.

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