Costumbrismo

El ingenioso hidalgo Don Quijote del Mancha.
Aparecen descripciones costumbristas en Don Quijote. [Dominio publico], via Wikimedia Commons

El costumbrismo literario es una composición que retrata las costumbres populares de un país o una región. Se cultivaba en España a mediados del siglo XIX y tiene su origen en el costumbrismo francés, representado por Honoré de Balzac en su Comedia humana (1842).

El costumbrismo español puede aparecer en prosa, verso o hasta en obras de teatro, pero tuvo su mayor manifestación en el cuadro de costumbres, que también se conoce como el artículo de costumbres. La acción y el diálogo son escasos en este subgénero que describe escenas, color local, lugares, instituciones, costumbres y tipos de diferentes clases sociales. Puede tener un propósito didáctico, moralizador, humorístico o satírico. También tiene como fin salvar del olvido las costumbres típicas, especialmente las del campo, que comenzaron a perderse con la migración hacia las ciudades durante la Revolución industrial.

Pese a que el costumbrismo coexistía con el Romanticismo, se diferenciaba de este movimiento en su deseo de reflejar la realidad de manera objetiva, casi fotográfica, sin juicios ni interpretaciones --un rasgo que comparte con el periodismo--. El costumbrismo sirvió como punto de partida para el Realismo que surgió a mediados del siglo XIX, y para el Naturalismo del último tercio del mismo. Ramón de Mesonero Romanos, Serafín Estébanez Calderón y Mariano José de Larra son algunos de los exponentes principales del costumbrismo del siglo XIX.

Si bien el costumbrismo frecuentemente se relaciona con la literatura decimonónica, también hubo manifestaciones del mismo en la Edad Media y el Siglo de Oro. Por ejemplo, aparecen descripciones costumbristas en el Libro de Buen Amor, Lazarillo de Tormes, Rinconete y Cortadillo, y Don Quijote.

Ejemplo

Pasaje de "La romería de San Isidro", de Escenas y tipos matritenses (1851), de Ramón de Mesonero Romanos

Mi fantasía corría libremente por el espacio que media entre el principio y el fin del paseo, y por todas partes era testigo de una animación, de un movimiento imposible de describir; nuevas y nuevas gentes cubrían el camino; multitud de coches de colleras corrían precipitadamente entre los ligeros calesines que volvían vacíos para embarcar nuevos pasajeros; los briosos caballos, las mulas enjaezadas hacían replegarse a la multitud de pedestres, quienes para vengarse, los saludaban a su paso con sendos latigazos, o los espantaban con el ruido de las campanas de barro. Los que volvían de la ermita, cargados de santos, de campanillas y frascos de aguardiente bautizado y confirmado, los ofrecían bruscamente a los que iban, y éstos reían del estado de acaloramiento y exaltación de aquéllos, siendo así que podrían decir muy bien: -Vean ustedes cómo estaré yo a la tarde. -Las danzas improvisadas de las manolas y los majos, las disputas y retoces de éstos por quitarse los frasquetes, los puestos humeantes de buñuelos y el continuo paso de carruajes hacían cada momento más interrumpida la carrera, y esta dificultad iba creciendo según la mayor proximidad a la ermita.